EL OASIS PERDIDO

EL OASIS PERDIDO. ALMASY, ZERZURA Y LA GUERRA DEL DESIERTO

Publishing house :
DESPERTA FERRO
Year of edition:
ISBN:
978-84-948265-8-0
Pages :
368
Binding :
Rústica con solapas
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«Me gusta pensar en Zerzura como una idea que no podemos describir con una palabra, algo que espera a ser descubierto en algún lugar remoto e inaccesible, si uno es lo suficientemente arrojado como para intentar su búsqueda. Algo indefinido, con contornos diferentes según el individuo que lo piense; para un árabe, puede ser un oasis o un tesoro oculto, para un europeo, un yacimiento arqueológico, una nueva planta o mineral o, simplemente, el anhelo de encontrar algo todavía desconocido». Así describía Ralph Bagnold la pasión que durante los años treinta del siglo XX arrastró a un grupo de aventureros cosmopolitas –el Club Zerzura– a internarse en el desierto de Libia, recorriéndolo en vehículos y aeroplanos en pos de oasis perdidos y antiguas ciudades de civilizaciones desaparecidas, con las Historias de Heródoto como guía de viaje. Pero, detrás de un aparente y caballeroso espíritu deportivo, estos gentlemen se dedicaban a cartografiar el desierto de Libia por motivos militares. En El oasis perdido. Almásy, Zerzura y la guerra del desierto, Saul Kelly nos habla de la rivalidad despiadada enmascarada tras sus expediciones: si Mussolini contaba con hacer de Egipto la pieza central de un nuevo Imperio romano, los británicos, para quienes el canal de Suez era estratégico, estaban totalmente dispuestos a impedirlo.

Pronto el ejército perdido del rey persa Cambises vería su sueño turbado por las cadenas de los blindados del Eje, decididos a alcanzar Alejandría, y los miembros del Club tomarían senderos encontrados. Mientras que Bagnold fundó el Long Range Desert Group para espiar e interrumpir el avance del Afrikakorps de Rommel, el conde László Almásy –fascinante aventurero y aristócrata húngaro, el verdadero «paciente inglés»– intentaba llenar El Cairo de agentes nazis. Un juego peligroso en el que ambos se valieron del conocimiento y de los mapas del desierto trazados durante sus arriesgadas exploraciones.

«Un día, quizá el viento del desierto libio, soplando en tempestad sobre los cordones de dunas y levantando en el aire nubes de arena fina, restituirá a los hombres el oasis perdido, revelando su emplazamiento y sus secretos», dijo Théodore Monod, otro explorador. Pero ese día no ha llegado y Zerzura sigue durmiendo, esperando. Búsquenla mientras tanto en las páginas de El oasis perdido. Almásy, Zerzura y la guerra del desierto.

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