La filosofía está en ruinas y los biempensantes claman por volver a levantar la vieja fortaleza de las ideas. Recordemos que Alejandro Magno quiso conocer a Crates de Tebas, un filósofo cínico, y le preguntó si deseaba que reconstruyera su ciudad natal. Crates respondió: ¿Para qué, para que venga otro Alejandro y la vuelva a destruir? He aquí la tragedia de la filosofía: ¿para qué reconstruirla otra vez? ¿Para volver a dejar a la mayoría de la población fuera de sus murallas? Aunque Nietzsche nos enseñó a filosofar a martillazos, buena parte de la tradición occidental parece haber filosofado a base de somníferos para el lector medio. Si la filosofía quiere salir a las calles, no puede limitarse a tratar los asuntos de la Academia. Los filósofos tendrán que bajarse los pantalones (como hizo, literalmente, Diógenes de Sínope) y hablar de la realidad más cercana hasta en la contraportada [las solapas] de los libros, reflexionando sobre los bostezos, los pies, la sangre, los excrementos o los gilipollas que pueblan el mundo. Hay sorbos filosóficos en los móviles, el fútbol, el sexo, las drogas e incluso en