Cuando llegue a Madrid sentí la libertad de la grandeza, el frío de las montañas y el calor del asfalto, sentí la alegría del movimiento constante, del bullicio y la música callejera, pero también la soledad de la indiferencia y lo impersonal. Entonces me meti en la madriguera, para ir de un sitio a otro y allí, bajo las calles, descubrí otro Madrid, palpitante y frenético.