Cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, somos sobrevivientes a la vez que productores y reproductores de este mundo humano violento. En consecuencia, habita en nuestro interior un niño herido víctima que ha hecho lo necesario para sobrevivir hasta el presente. Es parte de nuestra identidad, tiene miedos que ahora en gran medida son irracionales y desde hace ya mucho tiempo ha tomado la responsabilidad de hacerse cargo de nuestras decisiones existenciales. Esto nos ha lastimado aún más en el presente, ya que hemos negligenciado el hacernos cargo de nuestras necesidades esenciales como seres vivos, en favor de la consigna de sobrevivir como podamos o como nos enseñaron a hacerlo. Este niño sobreviviente, tomó lo necesario del ambiente hostil de su primera infancia para adaptarse a él, creando un me pienso, me siento y actuó", una cosmovisión de sí y de los otros, así como modelos de relacionamiento para ser parte y no morir en la exclusión del desamor. La consigna era sobrevivir a como diera lugar, como pudiese. Construyó así, una idea distorsionada de lo que era amarse, amar y dejarse amar, que lamentablemente lo repetía en la experiencia de la carencia, del miedo y del sufrimiento. Estoy convencido de que nos merecemos relevar a ese niño de esa función, habilitando a nuestro adulto agresivo y amoroso para que asuma ese lugar. Agradezcamos al niño por todos los servicios prestados hasta el momento, por sus aciertos y errores, ya que nos han permitido sobrevivir. Su propósito siempre fue la protección de la vida, sobrevivir por amor a la vida, tomó el único camino disponible en ese momento, y sin conciencia de ello se extravío en él. Gracias, niño sobreviviente, lo hiciste muy bien. Ahora nos merecemos vivir plenamente, tenemos en nuestro interior y podemos tomar del exterior, los recursos necesarios para que tal propósito se cumpla. Es tiempo de dejar de ser victimarios y víctimas de nosotros mismos y de otros, y elegir amarnos y amarlos.
