La soledad, el sentido de la existencia, el desamparo, la moral, el aislamiento, la ansiedad, lo absurdo o el sufrimiento interno y externo son algunos de los temas que confluyen en la obra del escritor checo escritos con un estilo desnudo, fluido y sencillo; una obra salvada en gran parte por los esfuerzos de su buen amigo, el también literato Max Brod.
Que la obra de Kafka ha entrado por derecho propio a formar parte del legado más importante de la modernidad, lo demuestra el hecho de que su nombre se haya trasformado en el adjetivo que mejor define algunas de las características más turbadoras de nuestro tiempo: kafkiano. Sin embargo, en la medida en que esa palabra se ha convertido en tópico, también la enorme riqueza y complejidad de la obra de Kafka se ha resentido. Nada mejor pues para apreciar la esencia de su narrativa con ojos nuevos que la lectura de sus cuentos, pues son ellos los que en su brevedad nos ofrecen la verdadera dimensión de su grandeza.
«El tema del hambre, del ayuno, en Kafka, siempre es subsidario de otro, que es el de la delgadez y el de lo pequeño. [...] Pero, ¿por qué quieren adelgazar o transformarse en animales minúsculos? La respuesta no ofrece dudas: para escapar[...] También ésa era la obsesión de Kafka: quería ser delgado. [...] El escritor es un ayunador, debe desaparecer para escribir. Kafka teme el poder, quiere sustraerse a él, lucha contra la ley opresiva del padre. Quiere, como sus personajes, hacerse cada vez más insignificante, cada vez más liviano, cada vez más callado, hasta esfumarse del todo. Y así defenderse de la humillación.[...]» Gustavo Martín Garzo.