Durante la monarquía de Alfonso XIII e incluso durante buena parte de la etapa de la Segunda República Franco no se comportó como si estuviese obsesionado por la conspiración antiespañola, con masones, comunistas y judíos como protagonistas, que se había inventado la derecha no democrática. Pero supo entender que la invención de un complot comunista, de una conjura contra la verdadera España diseñada fuera de nuestras fronteras, resultaba imprescindible para justificar la verdadera conspiración contra la República en la que él había participado, el fallido golpe de estado de julio de 1936 y la guerra civil. Asimismo, una vez alcanzado el poder militar y político, asumió que solamente una antiEspaña poderosa y con ansias de venganza por la derrota sufrida a manos del elegido por Dios para vencerla en santa cruzada podría legitimar su permanencia en el poder, su voluntad de ejercer el mando no de forma provisional, como imaginaron los que han favorecido su acceso al poder, sino permanente. Pues Franco anhela el poder omnímodo y para siempre. Para cumplir ese fin el contubernio judeo-masónico-comunista proporcionará a quien pretende verse como centinela de Occidente una ayuda fundamental. Sin ella difícilmente puede entenderse la historia de Franco y su régimen.