Nathalie Séchard, la que encarnaba la esperanza de renovación al frente del Estado, decidió tirar la toalla y no postularse para un segundo mandato. La sucesión presidencial está abierta. Dentro del gobierno comienza entonces un juego despiadado. En una Francia agotada por dos años de lucha contra la pandemia, las antivacunas manifiestan, las fuerzas policiales imponen un confinamiento drástico, los disturbios se multiplican. El caos se instala.