DESPERTA FERRO CONTEMPORANEA 62: MONTECASSINO (II). LA CAIDA DE LA LINEA GUSTAV

DESPERTA FERRO CONTEMPORANEA 62: MONTECASSINO (II). LA CAIDA DE LA LINEA GUSTAV

Publishing house :
DESPERTA FERRO
Year of edition:
ISBN:
978-92-0-457431-9
Pages :
68
Binding :
Grapado
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A punto de caer la primavera, en mitad de la lluvia y entre el barro del frente italiano, se hallaba la ahora en ruinas y solitaria abadía de Montecassino, que seguía en manos alemanas. Después de que neozelandeses e indios se rompieran los dientes contra el frente alemán en febrero, las posiciones defensivas habían sido ocupadas por los paracaidistas de la 1.ª División de Fallschirmjäger, tropas de élite que habían demostrado su valía en Creta en 1941, así como en Ortona hacía apenas unos meses, y que a lo largo de las campañas de Túnez y Sicilia se habían ganado el sobrenombre de los Diablos Verdes, otorgado por sus enemigos anglosajones, dada su fiereza y capacidad de resistencia. Para los aliados era imperativo atacar la línea Gustav, la cual partía en dos la península itálica al sur de Roma. Esto, como una estrategia para atraer hacia allí a la mayor cantidad posible de tropas alemanas, de cara al programado desembarco de Normandía. Y aún más importante, para aliviar la presión que estaba sufriendo la cabeza de playa de Anzio. No deja de ser irónico que la acción que debía facilitar la penetración de las defensas alemanas acabara necesitando ser rescatada por un asalto con pocas perspectivas de éxito. La batalla de Montecassino rugía, y la nueva intentona neozelandesa e india de mediados de marzo fracasó. La línea Gustav iba a resistir hasta el 12 de mayo, cuando los ejércitos aliados pudieron desencadenar un asalto general contra la misma, y no se rompería en Cassino, sino más al sur, en los montes Aurunci, merced a la experiencia en montaña de las tropas coloniales francesas. Poco después empezó la carrera hacia Roma, que se convirtió en primera plana el 5 de junio de 1944 para ser olvidada al día siguiente. La invasión de Europa había comenzado.

Cassino y Anzio. Un dilema estratégico en la batalla por Roma por Ian Gooderson (King’s College London)

En el otoño de 1943, con sus contingentes asentados en Italia –el Octavo Ejército británico en el lado adriático de los Apeninos y el Quinto estadounidense en la costa del Tirreno– los aliados se enfrentaban al carácter despiadado de la campaña en la que se habían embarcado recorriendo el país “a contracorriente”, cruzando montañas y llanuras costeras cortadas por ríos y barrancos donde solo un puñado de carreteras, aptas para todo tipo de meteorología, podían soportar los movimientos a gran escala y la logística de sus fuerzas motorizadas. Estas eran fundamentalmente cuatro: las rutas 16 y 17 en el sector del Octavo Ejército y las rutas 6 (vía Casilina) y 7 (vía Appia) en el del Quinto. De estas dos, la primera, que llevaba a Roma a través de las montañas cercanas a Cassino por el abierto valle del río Liri, era el acceso más favorable, pues la segunda, que transcurría pegada a la costa del Tirreno, podía ser bloqueada con facilidad desde las montañas o en los canales de irrigación que cruzaban las lagunas Pontinas.

Diablos verdes. Los paracaidistas alemanes por Martijn Lak (Universiteit van Amsterdam, Radboud Universiteit)

Aunque no eran un fenómeno nuevo, las Fuerzas Armadas alemanas en la Segunda Guerra Mundial fueron las primeras que utilizaron de forma extensiva tropas paracaidistas, sobre todo en las primeras fases de la contienda; por ejemplo, con ocasión de la campaña contra los Países Bajos o la invasión de Creta en 1941. Esta última, si bien fue una victoria impresionante, tuvo un precio muy alto, tanto que Adolf Hitler prohibió volver a utilizar a estos combatientes en su función original. Posteriormente, los Fallschirmjäger se emplearon como una fuerza de élite, que en los momentos de crisis iba a ser enviada a los campos de batalla más duros del frente del este, pero que combatió sobre todo en el Mediterráneo. Primero en Túnez, luego en Sicilia y finalmente en la península italiana, donde se ganó una temible reputación entre los soldados aliados, entre otras razones por su obstinada defensa durante las batallas en torno a Montecassino en 1944.

Operación Dickens. El retorno de los neozelandeses por Peter Wood

Inmediatamente después de que terminara la frustrada Operación Avenger, el teniente general Bernard Freyberg empezó a planificar un segundo intento de penetración en el valle del río Liri, a través de Cassino, a cargo de su cuerpo de ejército. Retrasado durante tres semanas a causa del mal tiempo, el ataque se iniciaría con un descomunal bombardeo aéreo sobre la ciudad, que la reduciría a escombros pero que ni lograría incapacitar completamente a los defensores, pertenecientes a la 1.ª División de Fallschirmjäger, ni evitaría que estos recibieran apoyo de sus camaradas situados en el exterior. Freyberg se planteó varias posibilidades ofensivas. Una repetición del doble ataque de la Operación Avenger contra la estación de ferrocarril y la abadía parecía poco factible incluso con más efectivos. También consideró, y luego rechazó, un nuevo movimiento envolvente por la espalda del monasterio, incluso más amplio, y al final decidió que la opción menos mala era atacar Cassino desde el norte, aprovechando las posiciones que aún retenían las tropas de la 34.ª División estadounidense en la linde septentrional de la localidad.

La logística alemana en Italia por Pier Paolo Battistelli

Abastecer a las fuerzas alemanas que combatían en Italia, especialmente a las que lo hicieron en Montecassino y Anzio, no fue tarea fácil debido a que la forma geográfica de la península y su red de comunicaciones facilitaban las tareas de interdicción. Frente a los esfuerzos aliados por cortar las vías de suministro de sus enemigos, los alemanes organizaron un sistema logístico que, desde el norte de Italia, donde se concentraban tanto las mercancías producidas localmente como las procedentes de Alemania, descendía hasta los depósitos de los ejércitos y de las divisiones. Para saber qué necesitaba diariamente cada unidad se elaboraban estadillos, que luego se cruzaban con las tablas de organización de cada tipo de fuerza para determinar qué y cuanto había que entregar. Las cifras resultantes de este proceso se cruzaban, por supuesto, por las existencias almacenadas, antes de decidir los abastecimientos reales que recibía cada división.

“Sin capítulo final”. El II Cuerpo de Ejército polaco por Jan Stanislaw Ciechanowski (Uniwersytet Warszawski)

El 1 de septiembre de 1939 Alemania inició la invasión de Polonia, a la que se unió el Ejército Rojo el día 17 del mismo mes por la frontera oriental del país según lo acordado en el momento de la firma del Pacto Ribbentrop-Mólotov el 23 de agosto anterior. El 28 de septiembre, Alemania y la Unión Soviética firmaron el Tratado de Fronteras y Amistad que duraría hasta el 22 de junio de 1941. Polonia había sido derrotada, finalmente, el 6 de octubre, pero aquello no fue el final de la lucha. Unos ochenta mil combatientes consiguieron escapar por Rumanía, Hungría y los Países Bálticos y llegar a Francia y el Reino Unido para seguir combatiendo, distinguiéndose especialmente en la batalla de Inglaterra y en la campaña de Narvik. Además, hicieron otra aportación clave al esfuerzo de guerra aliado, ya que habían conseguido romper el código de cifrado de la máquina Enigma alemana.

Operación Diadem. La caída de la línea Gustav por Douglas Porch (Naval Postgraduate School)

A finales de la primavera de 1944, el ritmo estratégico de los aliados occidentales, aparentemente irresistible apenas nueve meses antes, parecía haberse estancado en las montañas de Italia central, donde el Generalfeldmarschall Albert Kesselring había reunido a unos 412 000 hombres en unas posiciones muy fortificadas en las alturas de los Apeninos, entre los mares Adriático y Tirreno; así como más de seis divisiones, dos de ellas de Panzer, para sellar el perímetro de la cabeza de playa de Anzio, donde el mayor general Lucian Truscott tenía otras siete. En vista de la escasez de progresos en Italia central, Churchill y los jefes británicos pidieron la cancelación de la Operación Anvil, la planeada invasión del sur de Francia. Finalmente, el 18 de abril de 1944 los jefes de Estado Mayor norteamericanos aceptaron una ofensiva a gran escala en Italia central en mayo con el objetivo de romper la línea Gustav y tomar Roma. Su nombre en clave sería Diadem.

El terrible frente italiano por Edward J. Erickson (International Research Associates)

Muchos de los soldados aliados que desembarcaron en Salerno el 9 de septiembre de 1943 creían que iba a ser más fácil combatir en la “soleada Italia” que en los desiertos de Libia y en el barro de Túnez (véase Tobruk, 1941, en Desperta Ferro Contemporánea n.º 25). Sin embargo, fue mucho peor. El invierno no solo fue frío y nivoso, sino que el terreno montañoso provocó condiciones terribles para los soldados del frente. Según los aliados se fueron acercando a las posiciones defensivas alemanas conocidas como línea de invierno a mediados de noviembre de ese año, quedó evidenciado que se habían cometido errores terribles en el proceso de planificación. A medida que la opinión pública estadounidense y británica fue dándose cuenta de la dureza de las campañas del invierno de 1943-1944, estas se convirtieron en una cuestión polémica.

Solo el penitente pasará. Memoria histórica de la batalla de Montecassino por Douglas Porch (Naval Postgraduate School)

Aunque Diadem fue una ofensiva hábil y en último término exitosa que prendió la chispa de la liberación de Roma y de buena parte de la península italiana, y que redimió en parte la controvertida estrategia mediterránea de Roosevelt, la memoria histórica ha tratado la campaña de invierno de Italia central en 1943-1944 como discutida nota al pie de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Esto se debe al menos a tres razones: Primero, porque Montecassino, la histórica abadía matriz de la orden benedictina, cuya fundación databa del siglo VI, fue destruida inútilmente durante el transcurso de los combates. Segundo, porque la penetración brillantemente orquestada de la línea Gustav por el Cuerpo Expedicionario Francés del general Alphonse Juin se vio mancillada por la conducta de algunos soldados. Y finalmente, porque en su egocéntrica obsesión con conquistar Roma, el teniente general Mark Clark, acabó apuñalando por la espalda a sus aliados británicos y facilitando la huida del Décimo Ejército alemán.

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