ANTOLOGÍA DE POETAS PERSAS

ANTOLOGÍA DE POETAS PERSAS. SELECCIÓN, INTRODUCCIÓN Y TRADUCCIÓN DE RAFAEL CANSINOS ASSENS

Editorial:
FUNDACION ARCA
Año de edición:
ISBN:
978-84-934976-2-0
Páginas:
416
Encuadernación:
Rústica (Tapa blanda)
Colección:
POESÍA,3
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Hoy, cuando en Irán se impone con la espada y el fuego el rígido monoteísmo koránico, este título, ANTOLOGÍA DE POETAS PERSAS, que reúne una colección de clásicos, viene a recordarnos que Persia, ese pueblo fénix, varias veces renacido de sus cenizas, ha creado una literatura que refleja fielmente los múltiples avatares y vicisitudes, las alternativas de decadencia y esplendor, de su larga historia, y mantiene siempre, en medio de todo ese cambio circunstancial de caracteres exteriores, el carácter íntimo, básico, de su psicología colectiva, de su genio racial. Ese pueblo persa, de una vitalidad extraordinaria, ha cambiado varias veces de lengua y de nombre, y hasta, aparentemente, de religión, conservando siempre vivo su sentimiento nacional, bajo todos los disfraces, y su noble carácter de pueblo ario, caballeresco y místico. También su literatura, que sucesivamente se expresa en la antigua lengua zenda -hermana del sánscrito, el armenio y los idiomas más antiguos-, en árabe, en pehlevi y, finalmente, en el persa moderno y sufre el influjo de griegos y semitas, por efectos de las conquistas de Alejandro y Omar, conserva siempre su sello distintivo, su aire noble, artistocrático, su idealismo, su heroica aspiración al triunfo de la luz, del amor y de la verdad sobre las tinieblas, del bien sobre el mal en esta dramática lucha de la existencia humana. Con estas premisas y con uno de los amplios estudios introducctorios a los que nos tiene acostumbrados Rafael Cansinos Assens, nos introduce el insigne orientalista en el fascinante mundo de lapoesía irania. La obra comienza con un fragmento del Zend-Avesta, que como la Ilíada de Homero y la Biblia, no es la obra de un solo escritor, sino creación colectiva, realizada por muchos autores y a lo largo de muchos siglos, una tradición antiquísima que fija Zoroastro y sus discípulos amplían, y de la que arranca toda la literatura persa. Del siglo VII al VIII, se opera un eclipse total de todo lo persa, que se encubre con el disfraz árabe, y queda sofocado por él, hasta el punto de que el genio vernáculo no produce ninguna obra que, en ese terreno mimético, descuelle y logre supervivencia. Ya en el s. X selecciona Cansinos a Rudegui, natural de Samarcanda; del s. XI a cantores de vena lírica, hímnica o amatoria como Farruji o Katranu-eh-Chebel; del s. XII a Enveri y Jakani de Gancha, en colecciones de versos clasificadas en poesía religiosa, mística, ditirámbica y épica, descollando en esta última Firdusi (el Paradisíaco, s. X), para luego repasar a todos sus epígonos, deteniéndose en algunos sobre los que reclama especial atención el sevillano, como Nizami (s. XII) o Chamí (s. XV). Del sufismo, fenómeno para Cansinos que se da siempre en todas las épocas de decadencia, cuando el hombre grande, incapacitado por las circunstancias para actuar como héroe, aspira a ser santo o se contenta con ser un mero gozador de la vida, en el plano de un sensual hedonismo, nos trae a un místico puro, Sadi (s. XII), al escéptico Omar Jayyam (s. XII) y al alegre Hafiz (s. XIV) . El juicio crítico de Cansinos es tajante: Después de Chami, ya no hay en Persia poetas verdaderos (con alguna excepción), aunque todo el mundo es poeta. Surge esa poesía de circunstancias, que fue la plaga del siglo XVIII español, una epidemia psíquica que, entre nosotros, se prolonga hasta el siglo XIX, en que surgen los románticos, que ya tienen algo nuevo y grande que decir, y que en Persia sigue haciendo estragos hasta mediados del s. XX. A lo largo de todas estas alternativas, de esos avatares o reencarnaciones, encuentra Cansinos que el pueblo iranio cambia de apariencia, de cuerpo, pero no de alma. Es siempre la suya, ya se exprese en zenda, en pehlevi, en persa mezclado de árabe o en persa moderno, la misma alma noble, apasionada, mística, enamorada de la luz y la belleza, adoradora de la esencia inmortal y divina simbolizada en el fuego que encendió Zoroastro. En realidad, ese fuego simbólico de la luz increada, que llegó a ser como el fuego del hogar nacional persa, no se apagó nunca del todo en el Irán, ni aun bajo la dominación del fanatismo árabe, que pretendió extinguirla con su soplo. Siempre tuvo celadores y guardianes que velaron por él y lo mantuvieron vivo y llameante, aunque hubieran de ocultarlo bajo el celemín. La conversión forzosa de los persas al islamismo fue solo una fachada, tras la cual siguieron practicándose los antiguos cultos vernáculos que mantenían vivo el sentimiento nacional.

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