DESPERTA FERRO CONTEMPORANEA 41: NORMANDIA II. UTAH Y OMAHA

DESPERTA FERRO CONTEMPORANEA 41: NORMANDIA II. UTAH Y OMAHA

Editorial:
DESPERTA FERRO
Año de edición:
ISBN:
978-92-0-397506-3
Páginas:
68
Encuadernación:
Grapado
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Una ligera bruma se alza sobre la costa normanda, justo al alba, un fenómeno habitual que sin duda los soldados alemanes que vigilan la costa conocen bien. Pero aquel no es un día cualquiera. La mayoría han sido informados de que, desde primera hora de la madrugada, se combate fieramente en el interior de la península de Cotentin, y en la orilla este del río Orne. Tal y como contamos en Desperta Ferro Contemporánea n.º 33, miles de paracaidistas aliados han saltado sobre Francia. En Colleville, Saint Laurent, Vierville o La Madeleine, los soldados de Hitler, atrincherados en sus búnkeres, saben sin duda que ha llegado el día. Tras el bombardeo aéreo llegan los proyectiles de la Marina y, tras estos, entre el humo de los incendios, se hacen visibles las lanchas de asalto. También para ellos, ha llegado el Día-D, el día más largo. Este número de Desperta Ferro Contemporánea quiere evocar, precisamente, los combates durante el desembarco de Normandía en las playas Utah y Omaha. Acompañaremos a los soldados norteamericanos desde los ejercicios de entrenamiento en Inglaterra, algunos letales, hasta las lanchas de desembarco, y de ahí a las playas, donde pasarán a formar parte de la historia.

Un plan para reconquistar Europa por Stephen C. Kepher

Durante el año 1943, los aliados celebraron cinco cumbres. En ellas se suscitó un gran debate en torno a la conveniencia y el momento propicio para un ataque a través del canal de la Mancha. ¿Qué iban a elegir los aliados? En 1943, los aliados tenían dos opciones: la concentración de fuerzas para ejecutar un asalto anfibio tan pronto como fuera posible, que preconizaban los estadounidenses, o la idea británica del “picador”, combatir a los alemanes en teatros de operaciones secundarios, especialmente en el Mediterráneo, a la espera de que los nazis se debilitaran. Gracias, fundamentalmente, al trabajo del teniente general británico sir Frederick Morgan y a su pequeño equipo de planificación formado por militares británicos, canadienses, estadounidenses, sudafricanos y australianos, los jefes del Estado Mayor Combinado y sus superiores políticos dispusieron de un plan viable de asalto a través del canal para su análisis y aprobación. Así, los aliados fueron capaces de atacar Normandía el 6 de junio de 1944 por obra del COSSAC (Chief of Staff to the Supreme Allied Commander, “jefe del Estado Mayor del Comandante Supremo Aliado”), nombre que recibieron Morgan y su equipo.

A la espera de la ofensiva por Peter Lieb (ZMSBw)

A finales de octubre de 1943, el Generaloberst Hans von Salmuth, comandante del decimoquinto ejército, escribió una carta entre oficial y privada a Alfred Jodl, jefe de operaciones del Estado Mayor del OKW, en la que le transmitía una impresión cruda y directa acerca del estado de las secciones del “Muro del Atlántico” bajo su mando en la costa belga y del norte de Francia. En su opinión, en realidad esta no era una fortificación sólida y continua, sino “un cordón fino, frágil en muchas partes, que en determinados puntos tiene algunos nuditos más firmes”. También los soldados, a los que Von Salmuth denominaba de forma poco halagüeña como “agrupaciones de lactantes” por la enorme proporción de jóvenes reclutas, eran en parte de una calidad dudosa. Por último, el Generaloberst avisaba de los numerosos solapamientos de competencias, “dignos de un idiota”, que iban a producirse durante la esperada batalla defensiva. “Ninguna invasión enemiga se estrellará contra el Muro del Atlántico”, advertía Von Salmuth, por mucho que este existiera desde hacía casi dos años.

Omaha la sangrienta por Olivier Wieviorka

A pesar del mito que insiste en afirmar lo contrario, el desembarco de Normandía, lejos de suponer un baño de sangre, transcurrió sin demasiados contratiempos. Los Estados Mayores habían predicho que las bajas ascenderían a veinticinco mil, entre muertos, heridos y desaparecidos, pero al atardecer del 6 de junio estas, para su sorpresa, tan solo sumaban diez mil hombres de un total de ciento cincuenta y seis mil efectivos desplegados, por vía aérea o naval, sobre territorio francés. Para cualquier general de la Gran Guerra, un balance semejante hubiera sido un sueño. Baste recordar que en 1914 el Ejército francés sufría dos mil muertos diarios, veintisiete mil solo en la jornada del 22 de agosto. Más aún, el temible muro del Atlántico, cuya solidez había sido enaltecida por la propaganda del doctor Goebbels, en la mayoría de los casos solo había aguantado cuatro horas antes de derrumbarse. Así, los jefes aliados podían sentirse tan aliviados como los propios soldados –especialmente los británicos que, como cuenta Stephen Ambrose, no dudaron en “detenerse para tomar un té” y “congratularse”.

Tríptico del desembarco en Omaha

El número viene con un tríptico cartográfico, en el que hemos incluido, por un lado, un mapa a tres páginas de las primeras horas del desembarco en la playa Omaha. En él, el lector podrá apreciar cómo las lanchas de asalto se desviaron hacia el este a causa de las corrientes, y acabaron llegando a tierra mezcladas con los equipos de demolición de los ingenieros, encargados de despejar las defensas de la playa. También podrá apreciarse el desembarco de los rangers, así como las posiciones defensivas alemanas (los Widerstandsneste), en las que se detallan las armas instaladas en búnqueres defensivas construidos con hormigón. Finalmente se muestra cuáles fueron las primeras unidades estadounidenses en salir de la playa, y por dónde. En el otro lado del tríptico hemos incluido dos mapas. Uno a doble página en el que se podrá ver el progreso de las tropas estadounidenses hacia el interior, y uno simple en el que se describe el asalto de los rangers a la batería de la Pointe du Hoc.

El entrenamiento para el Día D por Giles Milton

Eran las 2.03 horas de la mañana del 28 de abril de 1944, y una enorme flotilla de naves estadounidenses se estaba acercando a Slapton Sands, en la costa sudoeste de Inglaterra, para participar en un entrenamiento militar crucial de cara a los desembarcos del Día D: el ejercicio Tiger. Se trataba de un ensayo de la que iba a ser la operación anfibia más grande de la historia en el que participaban trescientas embarcaciones y treinta mil hombres, la totalidad de la Fuerza U, que sería la encargada de atacar la playa Utah, con el fin de que los comandantes aliados pudieran estudiar los resultados y afinar su plan para Normandía. Lo que sucedió entonces iba a poner de relieve fallos importantes en el programa de entrenamiento y en el asalto anfibio planeado. Unas semanas después, si lo permitía el clima, se llevaría a cabo la Operación Overlord, para la que llevaban preparándose, durante meses de riguroso entrenamiento, los 2 877 000 soldados, marinos y aviadores reunidos en Gran Bretaña. El ejercicio Tiger también había sido diseñado para poner a prueba su resolución, su preparación y su actuación en medio de una batalla simulada.

El desembarco en la playa Utah por Stephen Badsey (University of Wolverhampton)

Situada en el lado oriental del istmo de la península de Cotentin, la playa Utah era el enclave más aislado de los cinco elegidos por los aliados para el desembarco del Día D. Sin embargo, los estadounidenses –al igual que los alemanes, una vez conocieron el inicio de la invasión– consideraban que esta playa era la más importante de todas, y también la más vulnerable. Era allí donde había más posibilidades de que los aliados sufrieran un desastre, aunque a pesar de todo lo que salió mal –incluido el hecho de que se desembarcó en un lugar equivocado–, la mezcla de liderazgo cualificado, suerte y debilidad de las defensas alemanas tuvo como resultado un triunfo casi completo en este sector de la invasión, en el que los atacantes sufrieron la menor cifra de bajas de toda la jornada. Las defensas costeras del Muro del Atlántico en la baja Normandía se habían construido de acuerdo con la convicción de que, ya fuera durante los desembarcos o inmediatamente después, los aliados iban a necesitar capturar Cherburgo, el mayor puerto de la región, situado en el extremo septentrional de Cotentin; por ello, entre las dunas de la vertiente oriental de la península se establecieron dieciocho complejos de búnkeres, conocidos como Widerstandsnester.

La logística estadounidense en el Día D por Peter Caddick-Adams (UK Defence Academy)

Fue al principio de la Segunda Guerra Mundial cuando los jefes del arma Panzer empezaron a mostrar su maestría en la aplicación de la Blitzkrieg y uno de ellos, Heinz Guderian –cuyo nombre sigue siendo sinónimo de evolución y mando de las fuerzas Panzer de las que dependía esta doctrina–, llamó especialmente la atención por su excepcional manejo de los contingentes de carros de combate a nivel de cuerpo de ejército, grupo acorazado y ejército. Lo hizo gracias a su capacidad de innovación, carisma y energía –que le valió el mote de der schnelle Heinz (“Heinz el rápido”)– como comandante de campo entre 1939 y 1941, y luego como inspector general de las tropas Panzer a partir de 1943, cuando tuvo un papel vital en el desarrollo de la organización y las capacidades de las fuerzas acorazadas. El último puesto que ocupó, a partir de 1944, fue el de jefe del Estado Mayor General.

Los franceses ante el desembarco por Dominique Lormier

Cuando los aliados desembarcaron en Normandía el 6 de junio de 1944, la población francesa llevaba sufriendo la ocupación alemana desde hacía varios años, y también había tenido que soportar los bombardeos aéreos angloamericanos. Normandía había sido una región especialmente afectada por las bombas de la aviación aliada, que habían causado numerosos destrozos en pueblos y ciudades, y varios miles de víctimas civiles, entre muertos y heridos. Una estimación eleva a sesenta mil los fallecidos en todo el país, sobre todo en 1944, por este motivo. Una de las poblaciones más afectadas por los bombardeos aliados fue Caen. El 6 de julio de 1944, el mariscal Montgomery solicitó un descomunal raid de la RAF sobre la ciudad, con el fin de limitar las pérdidas británicas y de abrir una brecha en el dispositivo enemigo en este sector. Durante la noche del día siguiente, 457 bombarderos Lancaster y Halifax atacaron el casco urbano, donde provocaron la muerte de 350 civiles.

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