Hay muchas formas de definir qué es un «indígena». Y otras tantas de lo que es «indigenismo». Desde 1492 hasta la actualidad, los que se han preocupado por la suerte de los denominados «pueblos originarios» lo han hecho desde ópticas contrapuestas. Unos, como Bartolomé de las Casas, defendieron con radicalidad sus derechos. Otros abogaron por el paternalismo, a partir de la convicción de que había que sacar a los «indios» del subdesarrollo para convertirlos en occidentales. En el siglo XIX, las jóvenes repúblicas se plantearon qué hacer con un sector de la población ajeno al mundo de los criollos. Se dieron planteamientos genocidas, pero también se pensó en el sistema educativo como instrumento asimilador. Pero los autores más progresistas defendieron que había que dar un paso más: el problema no era la cultura sino la economía, la falta de acceso a los medios de producción. A partir de una amplia bibliografía, Francisco Martínez Hoyos reconstruye una historia llena de matices y contradicciones.