Muchos magnicidios tienen un rasgo común: quedan irresolutos por diversas causas; se sospecha, a veces con toda evidencia, quién o quienes pudieron ser los autores materiales y sobre todo los intelectuales, pero no han sido puestos en manos de la Justicia, bien porque no se reunieron pruebas suficientes sobre su incriminación o bien porque el paso del tiempo o las circunstancia políticas borraron los rastros o las responsabilidades criminales. En este cincuentenario del magnicidio de Carrero Blanco solo hay una certeza: fue asesinado por su lealtad al Jefe del Estado, Francisco Franco. Lealtad fuera de toda duda y que iba a perdurar si el Generalísimo moría, lógicamente por razón de edad, antes que el almirante. Es, si cabe, más complejo que otros similares por la variedad de circunstancias y personas que lo rodearon y que participaron, o pudieron hacerlo en uno u otro grado en su asesinato. Como es natural, sobre el magnicidio se ha escrito mucho, a veces muy ligeramente, cada espacio de tiempo apropiado: décimo aniversario, vigésimo, etc.