En este pequeño e incisivo ensayo, la eminente traductora Edith Grossman reflexiona acerca de la importancia cultural de la traducción, no sólo como el medio que nos permite acceder a la literatura escrita originalmente en uno de los incontables idiomas que no podemos leer, sino como una presencia literaria concreta que nos ayuda a conocer, a percibir desde un ángulo distinto y a atribuir nuevo valor a lo que hasta entonces era desconocido.
Grossman explicita asimismo su concepción del trabajo del traductor como un acto de interpretación crítica, un acto creativo, en suma, que requiere "desarrollar un agudo sentido del estilo en ambos idiomas, afilando y ampliando nuestra conciencia crítica del impacto emocional de las palabras, el aura social que las rodea, el escenario y el clima que las informan, la atmósfera que crean". Y lo fundamenta con dos ejemplos bellos y elocuentes presentados en los últimos capítulos: su propia experiencia como traductora del 'Quijote' (que llevó a Harold Bloom a llamarla la "Glenn Gould" de la traducción) y de la poesía del Siglo de Oro español.