Michael Ignatieff se apoya en su gran experiencia como escritor y comentarista sobre asuntos internacionales para presentar un lúcido resumen de los éxitos, fracasos y perspectivas de la revolución de los derechos humanos. Desde que las Naciones Unidas adoptaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, esta revolución ha aportado un gran progreso moral al mundo entero y ha roto el monopolio sobre la conducción de los asuntos internacionales que ostentaba el Estado-nación. No obstante, también ha debido afrontar algunos retos. Ignatieff sostiene que los activistas humanitarios merecen las críticas recibidas desde Asia, el mundo islámico y el propio Occidente por ser demasiado ambiciosos y no estar dispuestos a aceptar ninguna limitación. Ya es hora, escribe, de que adopten una actitud más modesta y restablezcan el equilibrio entre los derechos de los Estados y los derechos de los ciudadanos.
Ignatieff empieza examinando la política de los derechos humanos y analizando cuándo es adecuado esgrimir las violaciones de los derechos humanos para justificar la intervención en otros países. Posteriormente estudia las ideas que sustentan los derechos humanos, advirtiéndonos de que éstos no deben ser idolatrados. Siguiendo a Isaiah Berlin, argumenta que los derechos humanos sólo pueden recabar un apoyo universal si su función consiste únicamente en proteger y mejorar la capacidad de los individuos para llevar las vidas que desean. Ignatieff concluye que Occidente tendrá mayores oportunidades de ampliar los progresos reales de los últimos cincuenta años si defiende esta postura y admite que la soberanía estatal es la mejor garantía frente al caos.
A lo largo del libro, Ignatieff combina el idealismo con el sentido práctico adquirido durante los años que ha pasado viajando por todo el mundo visitando zonas en guerra y países inmersos en conflictos políticos.