El viejo Florencio se sumerge en una depresión cuando sus queridos compañeros emplumados vuelan hacia el sur. Sus traviesas ardillas vuelan al cielo en máquinas improvisadas (utilizando, en parte, una piña y una botella de refresco) y siguen a los pájaros. Tras recibir la llamada a cobro revertido de las ardillas, Florencio recorre la carretera (a veinte kilómetros por hora) para unirse a los pájaros y a las ardillas. Una vez en Santa Vaca, descubre los coloridos pájaros coco, kiki y caramba y comienza a pintarlos. Al olvidarse del protector solar y del agua, el Sr. Florencio se pone rojo como un tomate y sufre un golpe de calor. Las ardillas lo reaniman, lo abanican con ramas de palma y le mojan su boca reseca, antes de sentarlo en su auto deportivo y llevarlo de regreso al norte a velocidades récord. El "Maaaalditas aaaaardillaaaaaaas!" de Florencio lo dice todo sobre su relación de amor y odio con estos animales.