Los relatos de viajes de Jan Potocki, como su Manuscrito encontrado en Zaragoza, son una inmersión de su pensamiento consciente en el sentido de lo maravilloso, donde encuentra las fuentes originales de las distintas culturas, que examina con la visión doblemente exacta del hombre de imaginación y del etnógrafo. historiador y arqueólogo y, en ambas condiciones, con el humorismo que le facilita descubrir lo prodigioso en lo más tangiblemente real: ahora hay un barco en mitad del desierto, o ahora peces en las copas de los árboles; y en las estepas entre el mar Negro, el mar Caspio y el Cáucaso, el pasado se reescenifica en el presente en el flujo abigarrado de las hordas nómadas, y se difuminan fronteras de espacio y tiempo entre Occidente y Oriente y entre los grupos humanos a medida que Potocki reesboza el gran cuadro descompuesto de esa unidad de experiencia que rastrea en la Antigüedad y en tierras remotas, esa riqueza de comprensión y comunicación que invoca en el Manuscrito encontrado en Zaragoza, donde sabios, forajidos o princesas, occidentales y orientales, cristianos, hebreos, musulmanes, descreídos o paganos, reconstituyen la fecunda comunidad de las diversidades necesarias para una integridad personal y universal cuyos vestigios Potocki hace revivir en las estepas asiáticas de un imperio europeo.